Es increíble como unas cuatro paredes, tres sillas, dos personas y un sentimiento, pueden hacer cambiar tanto a alguien.
Eso me pasó cuando te conocí por primera vez.
Estaba bastante perdida y no paraba de llorar. (Menos mal que para esos casos, tú siempre tenías pañuelos de papel cerca).
Me sentía muy pequeña, mientras me mirabas a través de tus gafas.
Las palabras no me salían. Mi respiración se entrecortaba...
Pero con cada visita, yo fui haciendo de la silla una aliada.
Poco a poco el lugar se hacía más familiar y ya no sentía tanto miedo de expresar lo que sentía.
Ayer me devolviste la vida. Mi vida.
La que por momentos perdí.
Te encargaste de enseñarme a encontrar el camino de vuelta a casa.
Y gracias a ti, he cambiado.
Al final, será verdad eso de que no estaba tan perdida.
Sólo tengo que esperar el transporte que me lleve a "mis metas". (Sí, soy muy cabezota)
Lo celebraré, ¡eso seguro!
Y no te quites mérito, ¿vale?
Besos con sabor a... Teruel existe.
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