El otro día estuve hablando con una amiga de nuestros mayores y de cómo
llegaríamos nosotras a cierta edad.
Es irónico que todo el mundo al envejecer no lo haga de la misma manera.
Bien porque hemos maltratado el cuerpo que una vez nos "prestaron" o
por otra parte porque viniera estropeado de fábrica.
Es normal que nos vayan ocurriendo cosas típicas de la edad... pero ¿si hoy
estuvieras bien y mañana te ocurriera algo grave, como quedarte postrado en una
cama, querrías tener el "derecho" a morir dignamente?
Y si estando bien, firmaras un testamento vital y por lo que sea se tuviera
que tomar una decisión y se rompiera tu deseo por alguien cercano a ti
simplemente con ese egoísmo de no perderte, y que todo dé un giro inesperado y
tú milagrosamente sales con vida y sin secuelas... ¿reprocharías la actitud de
no respetar tu voluntad?
¿Es complicado, eh?
A veces la frase es corta: No queremos "molestar". No queremos
depender de nadie y ser libres.
Movernos a nuestro antojo y hacer y deshacer a nuestra manera.
No ser una carga para nuestros hijos o simplemente evitarles los achaques o
las idas de pinza. Las preguntas repetitivas por no escuchar bien o las
"fugas" de un esfínter con demasiada prisa. La caída del pelo, la
dentadura postiza. Las preocupaciones, las noches en vela, la carga física de
esos kilos de más o de las pocas fuerzas que me quedarán cuando sea una
"abuelita".
Sinceramente ojalá viniéramos con ese botoncito que nos hiciera capaces de
elegir cuando estamos cansados de vivir y desconectar. Pero no de una manera
cualquiera. Sino cuando se detectara que algo no va bien. Sin dolor. Sin
remordimientos. Sin pena. Porque no sería una opción, sino un proceso
natural.
Ya que me trajeron aquí sin pedirme permiso, irme sin hacerlo y cerrando la
puerta silenciosamente...
(Y todo esto se sacó de una conversación mañanera). Pero, ¿a qué da que
pensar?
Besos con sabor a... clic
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